Una bomba manual de agua no sólo funciona bien o mal dependiendo de las características técnicas del artefacto, sino también del uso que de la misma se haga en un contexto social determinado. Como señala Arnold Pacey en La cultura de la tecnología, la gran cantidad de bombas que fallaron en los años 70 en aldeas de la India, casi un tercio de las 150 mil instaladas, no sólo se debió a defectos estructurales de los artefactos, sino principalmente a la omisión de las condiciones locales de uso por parte de los responsables técnicos del proyecto. Además de un problema ingenieril, el desarrollo e instalación de un artefacto es un problema cultural y administrativo. Esa desconsideración de los aspectos no técnicos de los artefactos tecnológicos es lo que ha llevado al fracaso de numerosos proyectos de transferencia de tecnologías. Por ejemplo en el intento de control de la natalidad en Bangladesh a través de la donación y distribución de DIUs, donde sólo se consiguió controlar la natalidad a costa de acabar con la vida de muchas mujeres que los usaron sin una cultura sanitaria apropiada.
En su libro La ballena y el reactor, Langdon Winner proporciona un ejemplo aún más claro del modo en que hacer tecnología es también hacer política, es decir, asumir valores y transformar a la sociedad de acuerdo con los mismos. Algo tan sencillo como un puente no sólo está constituido de elementos materiales como ladrillo, hormigón o acero; sino también de valores. Por ejemplo los puentes que hoy todavía pueden encontrarse en los bulevares longitudinales que recorrían Long Island (Nueva York) antes de la segunda guerra mundial, eran puentes con menos de tres metros de altura, construidos no sólo para facilitar el cruce de vehículos sino también para impedir el uso de esos bulevares por parte de autobuses, reservando de tal modo las playas de la zona para clases acomodadas de la zona o poseedoras de automóviles.
Son sólo algunos ejemplos de la importante dimensión social de la tecnología que no puede ser descuidada en la organización curricular de la enseñanza de la misma. Sobre esta base, consideramos que la educación tecnológica ha de ser sensible a dos rasgos interrelacionados que definen el nuevo papel de la tecnología en la sociedad actual: la innovación y la participación.
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